“Dios está en el Cielo y nosotros en la Tierra”. Esta inocente afirmación refleja la cosmogonía de los mitos occidentales. Según esta visión, dioses y hombres están separados y, en ocasiones, enfrentados.

Los residuos del politeísmo nos han legado la separación de las entidades divinas y las conciencias humanas. La creencia colectiva afirma que Dios, esa fuente de energía impensable, se encuentra en algún lugar remoto en el espacio-tiempo y llegar a él precisa de una muerte del cuerpo físico o de estados elevados del ser al alcance de muy pocos maestros.
Tal vez esta creencia sea precisamente uno de los factores motivadores de la enfermedad, ya que para nosotros ésta lleva asociada implícitamente un deterioro del cuerpo físico que desemboca en la muerte. Si a Dios se llega a través de la muerte, y si hallamos además la paz reencontrándonos con nuestros seres amados, ésta se convierte en algo inconscientemente anhelado. Puede que así sea como nos olvidamos de que la vida es la máxima expresión de Dios, y que es a través de ella como comprendemos que todo es Uno.

Ciencia y espiritualidad apoyan esta perspectiva transmitiendo -por fin- el mismo mensaje: todo, absolutamente todo, es energía. El mundo físico, el plano material, no es sino energía vibrando. Nuestras emociones y sentimientos son energía. Todo es Dios creando vida de infinitas formas. Somos todos parte de lo mismo, y esta Unión sagrada que ya es, queda desvelada a través de la experimentación de la dualidad en toda su plenitud. Cielo y Tierra, espiritualidad y materialismo, son la misma realidad manifestada en diversas formas, y ambas deben ser vividas con la misma intensidad.

El camino que conduce al Todo es en sí una meta evolutiva que se basa en la divina experiencia de equilibrar los opuestos. Todos hemos podido observar que los extremos degradan la armonía cuerpo-mente, base del bienestar. Del mismo modo que beber alcohol ocasionalmente puede resultar sumamente placentero, beberlo en exceso nos lleva a la degeneración del cuerpo y del espíritu. ¿No será más bien que se trata de vivir con los pies en el suelo y con la cabeza en el cielo? Los que sólo experimentan en el territorio de lo material se olvidan de que al final de este corto camino se irán con las manos vacías; los que sólo viven en lo superior, se olvidan de la belleza que nos rodea en este maravilloso planeta. No podemos ir más allá de la dualidad sin haberla experimentado antes. No podemos llegar a Dios sin valorar por igual todo lo que es de Dios.

En la tradición china existen dos obras clave, El arte de la guerra y el Tao Te Ching. Sun-Tzu y Lao-Tsé exponen dos formas muy diferentes de entender la vida, radicalmente opuestas, y totalmente acertadas ambas. La primera declara el valor de la estrategia, es decir, se centra en lo terrenal y mundano. La segunda incide en la dimensión vertical del ser humano a través del No Hacer (wu-wei) y la integración delTao, eso que no puede ser definido. Dos formas de abordar la realidad diametralmente opuestas y tremendamente útiles. Gracias a las enseñanzas de los grandes maestros podemos extraer las claves que nos ayuden a alcanzar más libertad deshaciéndonos de juegos neuróticos y miedos locos, por muy distantes que éstas parezcan.

Disfrutemos de los placeres materiales y de la consecución de metas, porque también son Dios expresándose. Recojámonos y escuchemos lo que el corazón tiene que decirnos, porque la muerte sólo es un paso más en el sendero que conduce de regreso a casa y no tenemos mucho tiempo. Vivámoslo todo. Cambiemos lo que hay fuera para mejorar por dentro, y transformemos lo que hay dentro para mejorar por fuera.

Todo es Uno. No hay separación entre lo mundano y lo divino, ni hay ningún lugar más elevado en el universo que éste. Está todo aquí, y está todo ahora. No va a pasar nada, porque todo está pasando. Aquí podemos encontrarnos, recuperarnos, y recordar lo que siempre somos:

«YO SOY Dios en todas partes.»