Tus manos
Lo primero que recuerdo son tus manos. No, antes que las manos, recuerdo tu voz, tu voz explicando lo que iba a pasar, diciéndome que a lo mejor no pasaba nada. Diciéndome que me relajara.
De relajado, nada. Yo estaba bastante nervioso y tenia la sensación que tenía que pasar algo extraordinario y al mismo tiempo, creía que eso no pasaría.
Entonces vinieron tus manos. En la nuca, en la cabeza, en la garganta, en los ojos. Cuando pusiste las manos encima de mis ojos fue cuando comencé a sentirme relajado de verdad.
Y cuando las colocaste en la parte de arriba de mi cabeza, noté un hormigueo líquido que me entraba por la calva y pasaba claramente por en medio del pecho, como si pasara por mis pulmones, de ahí hacia los muslos y abajo hacia las dos piernas hasta llegar a los dedos de los pies.
Después me dijiste que me girara y me colocara boca abajo y aquí fue cuando noté algo que no me creía. Sentí tus manos, sin notarlas. Sentí cómo se colocaban detrás de mis rodillas y bajaban suspendidas en el aire, a unos cuantos centímetros de mis piernas. Bajaban claramente en dirección a los pies sin tocarme pero yo sabía dónde estaban. Después me vino dolor de cabeza. No como cuando tienes migraña, sino una especie de presión que nacía encima del estómago y subía hasta la cabeza como intentando salir por ahí.
La sensación que tuve era como si muchos sentimientos acumulados y desordenados se estuvieran agitando a la vez, como si el lugar donde están los sentimientos, ya fuese el corazón o donde fuera, se hiciese de repente más grande y transparente, como si de golpe estuviera a la vista de todo aquel que quisiera mirar.
El dolor de cabeza me duró un rato, pero después sentí los músculos del cuerpo, sobretodo del cuello y de la espalda, muy cansados pero también relajados.
Y lo último que recuerdo son tus manos acercándome un vaso de agua.
– No tengo sed.
– Es igual. Bebe.
Y… tu voz preguntándome como me encontraba.
(…)