El enfado infantil es una emoción natural que los niños pueden sentir cuando algo no les sale como era de esperar o que exteriorizan cuando se les pide que hagan algo, que justo en ese momento preferirían no hacer.
Como es una emoción natural no debemos ni evitarla ni impedir que la exteriorice, en todo caso lo que si hemos de evitar es que el enfado vaya acompañado de una conducta desproporcionada ya sea con gritos, malas palabras o malos comportamientos. Debemos permitirle que verbalice su enfado y que exprese lo que siente, para poder atenderlo correctamente.
Como ya he comentado en alguna ocasión, el enfado es una oportunidad única para educar a nuestros hijos, es el momento donde deberemos enseñarles lo que es correcto y lo que no, y así podrá relacionarse con los demás de manera adecuada. (Pedir las cosas por favor, esperar el turno de palabra, aprender a ser paciente,…) Esa es vuestra responsabilidad como adultos, mandándole el siguiente mensaje: “nos importas, te atendemos y queremos enseñarte”
¿Cómo podemos actuar si muestra enfado?
- IDENTIFICAR EL ENFADO INFANTIL: si le ves con cara de enfadado o si muestra signos de enfado (protesta las cosas, no quiere que le molestes, le cuesta hacer caso,…) le puedes decir: “Joan te veo muy enfadado”. Así podrá identificar que lo que le ocurre es ENFADO.
- DESCRIBIR los signos que se dan con el enfado infantil, diciéndole que crees que está enfadado porque está alzando la voz, porque aprieta los puños con fuerza o porque se le está acelerando la respiración y se pone más nervioso.
- EXPRESAR Y MANEJAR la emoción es lo más complicado para el niño y por eso necesitará que le guíes y le ofrezcas pequeños trucos. Por ejemplo, si explica porque está enfadado le ayudará a disipar el enfado y ya algo más calmado, puede pensar alternativas para hacer y así dejar de estar enfado.
¿Qué cosas conviene hacer?
Poner límites y normas claras, concretas y no generalizar sus conductas: en vez de decir “pórtate bien”, “sé un niño bueno”, es mejor que sepa lo que esperamos de él y en que situaciones concretas, por ejemplo “cuando vengas de clase deja la mochila en tu habitación”, “cuando termines de comer recoge el plato”.
Es importante que las normas las viva como justas, para ello hay que tener en cuenta las necesidades del niño y las del adulto. No resulta muy creíble pedirle que se coma un plato de verdura si el adulto no lo hace o que le pidamos a gritos que no grite. Ser coherentes nos hacer creíbles y respetables. Recordar que somos un ejemplo para ellos, lo que hagamos y como lo digamos, lo tomaran como correcto.
¡No amenazar! Con hacer algo si luego no lo vas a hacer. Es preferible no decir nada si crees que lo podrás cumplir. Infórmale de antemano de la norma y de las consecuencias, y si se la salta deberás cumplirlo. Por ejemplo “si te levantas de la mesa entenderé que has terminado y no podrás volver a sentarte para tomar el postre”, y mejor si decimos las cosas en afirmativo “me gusta verte así, sentado, puedo hablar contigo tranquilamente y además puedes elegir tú el postre”.
Sé flexible a los cambios, situaciones y al momento del niño para modificar o negociar los límites. Por ejemplo “podrás acostarte un poco más tarde los viernes y el sábado, siempre que el resto de la semana cumplas con tu horario”.
Siempre que puedas refuerza los avances que vas notando en Adrià respecto a lo que quieres que consiga. “Estoy muy contento porque has comido muy bien sin levantarte de la mesa”
Guiarle es importante, pero no hay que confundirlo con hacer las cosas por él o resolverle los problemas. La familia es un equipo donde cada uno tiene sus responsabilidades. Cumplirlas le ayuda a hacerse más autónomo, más capaz en cuanto que puede empezar y terminar la tarea y hacerla por sí mismo. Cuando no sepa hacer algo, y sólo después de que lo haya intentado, es cuando podéis ayudarle “no te preocupes, te echo una mano con esto y lo que no te salga te ayudo”. Permitir que se equivoque, sin dejarlo solo, es un equilibrio difícil de conseguir; en ocasiones lo hacemos todo por ellos, otras sobre todo cuando estamos enfadados le dejamos solo y actuando así rompemos el equilibrio. Permitir que cometa errores, que se equivoque es fundamental para el aprendizaje siempre que estemos presentes y en un segundo, para ofrecerle nuestra ayuda cuando nos la pida.
Jaume Renilla
psicólogo infantil en Hermes cuida’t i aprèn